“A día de hoy, me encuentro felizmente casada, trabajando y dedicándome a lo que me gusta”.
Por aquella época yo vivía una etapa de desorientación en mi vida. Estaba cansada, hastiada… hacía un par de años que había acabado la carrera y me había dedicado a estudiar oposiciones y a echar solicitudes de becas, a buscar algún trabajo relacionado con mis estudios. No conseguía nada, así que me quejaba por no poder salir de casa de mis padres, donde me sentía enjaulada e infeliz. Mi novio se había marchado al extranjero con una beca por un año. Poco a poco había ido enredándome en una maraña de frustración, vivía en un ritmo rutinario y vertiginoso en el que me imponía estar pendiente de mil cosas externas. Mi interior se tornaba gris, había perdido la fe en Dios y prácticamente en mí misma. Aún así, supongo que sin ser del todo consciente, algo gritaba muy dentro de mí que deseaba salir de aquella situación.
Yo no lo sabía, pero necesitaba urgentemente decelerar el ritmo mental que me acompañaba desde hacía tiempo. No lo sabía, pero había tanto ruido en mi cabeza que era imposible escuchar mi corazón. No era consciente de las estructuras de cemento que había ido forjando en los últimos años, de la cerrazón que llevaba conmigo… de la negatividad que destilaba todo ello. Vivía esperando algún cambio, alguna oportunidad que llegara de no se sabe dónde.
Despertar que supuso, no solo para mí, sino para todos y cada uno de los que vivimos esos días. Ese despertar progresivo que, de un modo u otro, operó en todos, vino de la mano de Nieves, que preparó con detalle y cariño desde los espacios y el “clima” hasta el material de formación.
Me expresé como pude, me sentía torpe… pero luego me fui soltando porque ella me ayudaba: sencillamente sabía escuchar, empatizaba. Solté el fardo de todas mis quejas, mis frustraciones, mis problemas familiares mientras lloraba… De lo que ella habló después recuerdo una o dos frases que me calaron hondo. Pero eso no importa. Lo importante fue el efecto que tuvo la conversación con ella después de mi momento de desahogo. De una manera sencilla, deshizo todo el entramado negativo que me había forjado. Le dio la vuelta. Cambió las perspectivas de cada cosa, me hizo preguntas que yo no me había hecho. No me sentí juzgada, ni incomprendida, sentí que se abrían puertas y ventanas y que entraba luz desde fuera. ¿O la luz venía de dentro?
Después de aquel encuentro, el último día y medio fue para mí un trabajo personal de construcción. Decidí dejar el camino negativo y cambiar la perspectiva de las cosas, comenzar a abrir la mente y preguntarme por mis propios deseos y motivaciones, barajé modos de caminar hacia ellos… me reconcilié conmigo misma. Volví a reconocer que si algo propicia el silencio profundo, es el contacto con la Fuente, con la Esencia, con nuestro ser más íntimo…
Aún hoy tengo contacto con ella, porque pasado el tiempo llegamos a tener una gran amistad que perdura. Mientras, seguí “viendo” cómo continuaba su labor de acompañante y guiaba a tantos otros jóvenes a descubrirse a sí mismos. Ocho años después no podría hacer memoria del recorrido de mi camino ni de mi crecimiento como persona sin hablar de Nieves, porque fue mi maestra durante una etapa importante de mi vida, ésa en la que te haces realmente responsable de tu camino.
A día de hoy, me encuentro felizmente casada, trabajando y dedicándome a lo que me gusta, y siendo madre de un precioso bebé que ha nacido en Navidad. Creo, y me gustaría que os haya llegado el mensaje de que, un buen compañero o compañera en el camino unido a un trabajo personal a fondo, merecen la pena.